Cuando “algo” nos produce ansiedad, miedo o nos estresa, lo primero que se nos ocurre hacer es intentar evitar ese “algo”. Y evitar, en el amplio sentido de la palabra: todo que una persona hace para reducir el miedo, para no afrontarlo. Parece hasta una reacción lógica: mejor evitar que pasarlo mal. Sin embargo, la experiencia habla por si misma, ¿dejamos de pasarlo mal, o lo pasamos peor? Porque el hecho de evitar una situación temida, está demostrado que aumenta el miedo de cara a experiencias posteriores, y la falsa sensación de salvación que tenemos cuando evitamos algo que tememos o que nos genera problema , termina por producir efectos contrarios a los que pretendemos. Es decir, lo que pretenderíamos sería no pasarlo mal y ser capaces de superarlo por nuestros propios medios, y lo que finalmente conseguimos es, por un lado, generar más miedo o ansiedad y por otro, más incompetencia y falta de confianza en nuestros propios recursos.
Alejarnos de lo que nos hace daño, forma parte de un mecanismo vital ancestral de mera supervivencia: nos acercamos a los que nos produce placer y nos alejamos de lo que nos hace sufrir y hasta de lo que pensamos, intuimos o suponemos que nos puede hacer sufrir. Y esto se convierte en una trampa, porque cada vez que se evita una situación temida, de alguna forma se confirma que es peligrosa y se incrementa el miedo (pánico con el tiempo), sentimientos de incompetencia e inhabilitación. Otras personas, en estas circunstancias se hacen dependientes de la ayuda de los demás y no se sienten capaces de vérselas por si mismas ante determinadas situaciones, tales como salir de casa, montarse en un medio de transporte, acudir a un evento público, etc.
Veamos algunas situaciones habituales y cotidianas en las que evitar complica el problema:
DORMIR
Estás pasando por una época complicada en el trabajo y te empiezas a despertar repetidas veces durante la noche. Cada vez te cuesta más conciliar el sueño otra vez, a pesar de que lo intentas; y eso sí, no te estás dando cuenta de que cuanto más lo intentas, menos lo consigues, que no puedes provocar ese sueño buscándolo. La falta de sueño está ahí, no lo dudes, no te pelees con ella. Acéptala y no la evites. Cuanto más desees que no pase, más pasará, hasta que llega el día en el que no te quieres ni ir a la cama porque tienes miedo a no poderte dormir.
MIEDO A VOLAR
En principio es algo que no te tiene por qué condicionarnos la vida, es fácilmente evitable supliéndolo por otro medio de transporte o no yendo tan lejos de vacaciones. De repente, se presenta el día en el que no te queda más remedio que montarte en este maldito pájaro, y el terror se apodera de ti. En la medida que lo has ido evitando, el monstruo del miedo ha ido creciendo sin que hayas dado cuenta. “miedo evitado, miedo incrementado”, como dice Nardone en “más allá del miedo”.
PENSAMIENTOS OBSESIVOS
¿Podemos controlar el pensamiento? Simplemente tienes que desear no pensar algo, para que inmediatamente se presente en tu mente de la manera más cruel y repetitiva. Intentar no pensar esforzándose por controlar los impulsos, lleva directamente a desencadenar conductas típicas del trastorno obsesivo compulsivo (cuanto menos quiero pensar o hacer algo de manera compulsiva, más lo pienso o hago, para pasar consecutivamente al siguiente problema: cómo deshacerme de estos rituales o manías que ya no puedo parar de hacer).
MIEDO A ESTAR ENFERMO
Probablemente infundado, o quizá haya habido anteriormente algún episodio en la familia, o en ti mismo, pero a partir de ahí, el pensamiento reiterado al miedo a enfermar, es constante. Cuando intentas evitarlo, te viene de nuevo, así que vas al médico para que te de su veredicto y te convenza de que realmente no tienes nada. Pero la tranquilidad te dura lo que te dura. Para cuando llegas a casa, ya te estas palpando, auto observando y hasta viendo crecer la enfermedad: ese quiste que antes era pequeño, ahora es más grande, y conoces tu garganta mejor que el propio especialista.
Podría seguir enumerando muchos más miedos y pensamientos que nos puedan llevar a estados graves de ansiedad, ya que somos nosotros/as quienes construimos estos miedos y, que cuantos menos los queremos ver, más se convierten en auténticas criaturas gigantes cuyo objetivo va a ser perseguirnos sin tregua. Ahora sabemos que, a pesar de eso, no debemos correr delante, sino parar para poder mirar, afrontar y resolver. Este es el primer paso para empezar a mejorar. Además, nadie nace ansioso, no se trata de una condición inalterable de la persona, sino de un estado modificable. Se trata de empezar a generar cambios en la percepción amenazante de nuestra realidad, que por supuesto, no es tarea fácil y en muchas situaciones requiere ayuda profesional, pero es sumamente interesante empezar por dejar de huir y evitar, para ponerse manos a la obra.
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