Cada vez es más habitual encontrarnos en los medios de comunicación con noticias acerca de casos de maltrato de hijos a padres, y esto también lo notamos en los centros de psicología. En numerosas ocasiones el principal motivo de consulta es la adicción a la tecnología (móviles, ordenadores, videoconsolas, etc.), el consumo de drogas, el absentismo escolar… pero detrás de estas primeras razones, se esconde en el fondo la violencia de hijos a padres y el miedo a actuar estableciendo límites por temor a las reacciones que puedan desencadenar.
Este tema es ampliamente controvertido, puesto que en primer lugar es complicado determinar qué se puede considerar como violencia o maltrato, y también porque muchas veces los padres y madres se sienten culpables o avergonzados por haber llegado con sus hijos a esa situación.
En este sentido y teniendo como referencia la definición de Cottrell, entendemos como maltrato “una conducta abusiva que conduce a una situación de humillación, acoso y desafío de la autoridad de los padres con la clara intención de dominar y herir”. Y esta definición implica que hay distintos tipos de maltrato, entre los que nos encontramos con:
– Maltrato físico: este tipo de maltrato implica contacto físico, y por tanto, entrarían dentro acciones como pegar, empujar, lanzar objetos hacia los padres, etc.
– Maltrato psicológico: incluye violencia verbal (insultar), intimidación, humillación, burla, etc.
– Maltrato emocional: en este caso hacen uso de mentiras, chantajes y amenazas para dañar a los padres, por ejemplo llegando a verbalizar “si me obligas a ir al instituto, me suicido.”
– Maltrato financiero: aquí se incluye todo lo relacionado con robos y venta de propiedades de los padres, posesión de deudas que los padres deben finalmente pagar, etc.
Dicho esto, merece la pena conocer algunos rasgos comunes que presentan los hijos y que pueden ayudarnos a predecir futuros comportamientos agresivos. Detectar estas características en la infancia es importante para prevenir situaciones que se puedan dar en la adolescencia:
- Escasa inteligencia emocional: son niños y niñas que tienen dificultades para empatizar con los problemas y sentimientos de las otras personas. En general, apenas disponen de vocabulario relacionado con las emociones, les cuesta ponerse en el lugar de otros y no suelen mostrar sentimientos de culpa o arrepentimiento.
- Impulsividad y egoísmo: otro rasgo común es la dificultad de actuar sin reflexionar y no anticipar las posibles consecuencias de sus actos. Así mismo, actúan en general para conseguir sus objetivos o intereses, sin importar lo que ello suponga para otros.
- Déficit de Habilidades Sociales: en general no tienen habilidades sociales adecuadas para relacionarse con otras personas y tienden a mentir, manipular, e incluso amenazar para que otros hagan lo que ellos quieren.
- Irritabilidad y tolerancia a la frustración: son personas con tendencia a enfadarse, a menudo pasan de la tranquilidad a la ira (aspecto muy relacionado con el control emocional) y se frustran en exceso cuando no pueden satisfacer sus necesidades al momento, presentando un carácter tirano.
- Participación en actos antisociales: en numerosas ocasiones tienden a meterse en líos, se relacionan con personas que también se meten en líos, cometen pequeños hurtos, peleas, etc.
Estas cinco características nos pueden dar señales de alarma. Por eso, recomendamos que cuando se detecte esto en la infancia, se acuda a un profesional. Nos sucede a menudo en la consulta que nos encontramos con familias con hijos e hijas adolescentes que, echando la vista atrás y pensando en su infancia, identifican muchas de estas características (a veces incluso todas ellas). Estos padres y madres reconocen que cuando sus hijos mostraban este “carácter” de pequeños, no le daban mucha importancia y lo subestimaban pensando que eran etapas y pataletas propias de la edad. Nuestra recomendación es que, si las pataletas se dan en niños más mayores de los 3-4 años y son persistentes, se consulte. Trabajar desde pequeños la inteligencia emocional así como estilos de crianza firmes y respetuosos, ayuda a prevenir la violencia de hijos a padres en el futuro. Efectivamente, aunque pueda pasar, es poco común encontrarnos con casos en los que esta relación de maltrato haya surgido de repente. Generalmente son situaciones que si se observan, se pueden preveer y trabajar de forma temprana.
Por otro lado, también es importante conocer cuáles son las características de las familias en donde sucede este tipo de violencia. Algunas características son:
- Tensión familiar: se relaciona con familias que tienen problemas laborales, económicos, conflictos de pareja, escasos recursos de solución de problemas, etc. También se da en familias que presentan un estatus económico medio- alto, pero en las cuales hay mucho estrés y abandono de la crianza.
- Estilos educativos inadecuados: en este sentido son factores de riesgo los extremos. Por un lado, padres y madres que educan desde la permisividad y en cuyas casas no existen límites y normas mínimas de convivencia. Este estilo supone ceder ante las demandas de los hijos y fomentar la tiranía. Por otro lado, un estilo excesivamente autoritario, en el que se resuelven algunos conflictos a través de la violencia de padres a hijos, también se considera un factor de riesgo en la adolescencia.
- Familias donde está asentada la violencia: hace referencia a familias en donde ya se han dado situaciones de violencia de género, maltrato a los hijos, etc. En estos casos, el ejemplo de los padres es un claro modelo para el posterior comportamiento de los hijos.
Todo ello, junto con un ambiente social o escolar negativo (fracaso escolar, malas compañías, etc.), pueden conllevar este tipo de situaciones de maltrato de hijos a padres.
Finalmente, algunas orientaciones a tener en cuenta en la infancia son:
– No subestimar situaciones de maltrato o violencia, aunque sean niños.
– Predicar con el ejemplo: no agredir ni utilizar la violencia (física o verbal) para conseguir imponer un punto de vista o que hagan algo que queremos que hagan.
– Educar en valores y estimular la inteligencia emocional (mediante la lectura de libros que hablen sobre emociones, identificando las propias emociones y las de los demás, etc.).
– Aplicar estrategias de resolución de conflictos que no impliquen violencia y que sean respetuosas.
– Establecer límites y normas claras, a poder ser y en función de la edad del niño, que se planteen de forma consensuada.
– Fomentar la autonomía y el sentido de la responsabilidad, así como permitir que existan consecuencias frente a los distintos comportamientos.
– Supervisar las amistades, tipos de juegos, contenidos de las redes sociales que visitan, etc.
– Propiciar desde pequeños una comunicación fluida y bidireccional, mostrando interés por sus gustos, intereses, etc.
Esperamos que este artículo haya sido de su interés.
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