A lo largo de los años, hemos aprendido que cuando los niños tienen comportamientos no adecuados de manera recurrente, lo hacen porque sienten que no pertenecen, no se sienten tenidos en cuenta; y a través de este comportamiento erróneo, tienen la creencia equivocada de que conseguirán PERTENECER. Es decir, este comportamiento complicado con el que nos suele costar lidiar en el día a día, es un intento visible de solucionar un problema invisible, un problema que está oculto, por debajo de lo que nos llama la atención y molesta, y del que muchas veces no somos conscientes ni como padres y madres ni como profesionales de la educación.
El hecho de que un niño que sea tenido en cuenta pueda sentirse como no perteneciente, resulta difícil de entender para las personas que le educan y le quieren. Sin embargo, el niño o niña tiene este sentimiento que es personal y único, y lo debemos recoger, validar e intentar comprender. Decía Rudolf Dreikurs que los niños son “buenos percibiendo pero malos interpretando” y por ello, las conclusiones que puedan sacar de lo que experimentan o ven, no siempre son lo que a las que las personas adultas nos gustaría. Un ejemplo sencillo, que no pocas familias experimentan, es cuando un niño que acaba de tener una hermanito/a, observa que su madre está muchas horas con el bebé. Entonces, llega a la conclusión de que su madre ya no le quiere tanto, que ahora le quiere más al extraño pequeño y ya famoso que ha llegado a casa. Y sí, ha observado muy bien: la madre pasa muchas horas con el bebé, hay que alimentarle, cambiarle y estar pendiente; pero la interpretación de los hechos, es subjetiva y en ocasiones dolorosa para el propio niño. Esta interpretación genera unos sentimientos que desencadenan comportamientos no deseados, produciendo un malestar significativo en los niños y en las personas que le rodean.
El razonamiento básico nos dice: si un niño nos molesta con su comportamiento y esto nos preocupa, queremos que lo cambie. Por ello, nos ocupamos de explicarle que las cosas se hacen de otra manera, que esto que ha hecho no nos gusta, e intentamos una y otra vez hacerle entender que “así no”. Pero pasa el tiempo y seguimos viendo que, aunque nos hartemos de repetir, las cosas van de mal en peor. Entonces, nos planteamos: “¿Lo estamos haciendo bien?” “¿Qué queremos cambiar?” “¿Son estos comportamientos observables los que nos tienen que generar tanto malestar?”, “¿Hay algo más que nos quiera decir nuestro hijo/alumna con esta manera de comportarse?”.
Es importante que nos paremos aquí porque todos estos intentos por cambiar estas respuestas observables nos suelen llevar a más problema, haciendo que los niños se sientan cada vez menos comprendidos. Estos comportamientos manifiestos, son simplemente una manera de expresarse que, evidentemente, no es adecuada, pero que desde luego, no es lo que les genera el malestar. Generalmente, suelen ser una vía que encuentran para expresar un mensaje oculto que ellos mismos desconocen, y fuera de su conciencia de resultar molestos, les hace sentir mal. No olvidemos que un niño que no tienen un buen comportamiento, suele ser un niño desalentado y desmotivado, un niño que lo está pasando mal.
En general, podemos hablar de 4 grupos de comportamientos donde se encuentran ubicadas la mayoría de este tipo de conductas de los niños/as.
4 creencias para conseguir pertenencia
- Intentando que se les preste una ATENCIÓN excesiva.
Este es un comportamiento muy recurrente en niños pequeños, que no por parecernos poco grave, no pueda llegar a sacarnos de quicio. El niño/a que se comporta así, intenta llamar continuamente la atención, normalmente de sus padres, pero también puede ser de educadores o compañeros, interrumpiendo conversaciones, haciendo ruidos, molestando en clase, etc.
Lo que nos quiere decir con estos comportamientos, es que siente que pertenece o que es tenido en cuenta solo cuando se le dedica una atención especial, cuando se nota su presencia. En la medida que reaccionamos con gritos o sermones, lo que hacemos es “alimentar” esta manera de pensar del niño: “ahora parece que por fin soy especial”.
En este caso, por el contrario, propondríamos hacerle que se sintiera útil de otra manera, como involucrándole en actividades, entrenándole en habilidades nuevas o dándole tiempos especiales.
- Ejerciendo un PODER mal aconsejado.
Lo que nos quiere decir un niño/a con este tipo de comportamiento, es que solo se siente tenido en cuenta cuando tiene el poder, cuando tiene el mando. Esto nos hace sentirnos provocados y reaccionamos enfrentándonos; lo que genera escaladas de malestar y las luchas de poder se intensifican. Realmente lo que le gustaría decir y no puede, es: “por favor dame opciones, déjame que contribuya”.
Lo que propondríamos en este caso es que nos acostumbráramos a pedirle ayuda sin pelea, de manear amable, siendo firmes pero respetuosos evitando entrar en luchas de poder, dándole opciones dentro de los límites establecidos.
- VENGÁNDOSE de los demás
El niño/a o adolescente que actúa de manera violenta, que pude hacer daño a los demás, que ensucia y rompe el material; lo que normalmente nos quiere decir, es que siente que no cuenta, lo que le hace sentirse muy herido; y por ello, hace daño a los demás (cuanto más daño hace a los demás, más poder cree tener). Las personas que le rodean, decepcionadas e incrédulas, reaccionan castigando, obligando y sermoneando; generando represalias en el chico/a e intensificando los comportamientos disruptivos. En el fondo, le encantaría poder decir: “me siento mal, necesito que valides mis emociones”, pero no puede, no sabe, no conoce lo que le pasa.
En estos casos propondríamos validar sus emociones “veo que te estás sintiendo muy dolido/a…”, intentaríamos comprender su frustración para fomentar la comunicación, esperaríamos a tranquilizarnos para poder pedirle que reparara el daño causado, evitaríamos castigos, que generan más violencia.
- DÁNDOSE POR VENCIDO, sintiéndose incapaz
Lo que nos dice con este comportamiento de pasividad un niño/a, es que sabe que ya no puede pertenecer, así que “tira la toalla”, ya no hay nada que pueda hacer. Esto desespera y les hace sentir muy inútiles a las personas que le rodean, y así el niño cada vez está “más abajo” sintiéndose una víctima sin recursos.
El mensaje que de verdad, estaría deseando transmitirnos, sería: “por favor no me abandones, no me dejes, haz algo para ayudarme y demuéstrame que estás ahí enseñándome el primer paso”.
Por eso, propondríamos ofrecerle pequeños pasos alentándole ante cualquier esfuerzo que mostrara, evaluaríamos por si hubiera problemas que le impidieran avanzar, y nos enfocaríamos en sus fortalezas, intentando no rendirnos para demostrarle que estamos ahí.
Quiero insistir en que no todos los comportamientos que no nos gustan tienen que pertenecer a estas cuatro categorías, pero en general, sí los que son muy repetitivos e intensos. Y sobre todo quiero destacar la idea de que las personas adultas que convivimos o trabajamos con niños, debemos parar para leer qué hay debajo de esos comportamientos y aprender a actuar en vez de reaccionar. En educación, el reaccionar favorece el que se agraven los comportamientos difíciles, pudiendo pasar, de lo menos grave (atención excesiva), a lo más grave (indefensión). Lo que buscamos es conectar con ellos para poder avanzar, y solo si tienen sentimiento de pertenencia, es posible.
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