Seguro que todos recordamos los veranos interminables en la playa, o en el pueblo, de cuando éramos niños. Según crecemos, los veranos se nos vuelven más cortos –tanto en nuestra percepción como en el tiempo real de vacaciones- y surgen las “ansias” de aprovecharlos viajando, conociendo otros lugares y culturas. Algo completamente diferente a lo que hacíamos de pequeños.
El problema surge cuando nos encontramos con familias de padres con hijos pequeños, en las que las ganas de inmersión cultural de los padres pueden chocar con las necesidades que puedan tener los más pequeños. ¿Qué hacemos en este caso? La decisión es de cada familia, pero nos gustaría clarificar las ventajas que ambos tipos de veraneo tienen para los niños.
Vacaciones en el pueblo / playa
Las vacaciones en el pueblo ayudan a crear una sensación de rutina para los niños, una regularidad que los pequeños necesitan. Si añadimos, además un ambiente familiar que se repite año tras año, la seguridad del niño aumenta, ya que el entorno se vuelve conocido y predecible. Además, podrán establecer relaciones sociales duraderas, que irán evolucionando a medida que crezcan mientras veraneemos en el mismo lugar.
Sumando a este tipo más tradicional de vacaciones un ambiente rural, esto permitirá a los niños explorar más libremente el entorno, ganar en autonomía y relacionarse con sus iguales, sin que los adultos tengan que intervenir de manera constante. Según el psicólogo Oliver James, la clave de este estilo de veraneo está en la repetición: veranear siempre en el mismo lugar para que todos estos beneficios puedan darse.
Viajes culturales / Destinos internacionales
Por otro lado, los viajes pueden aportar una perspectiva diferente a los niños. Conocer un lugar completamente distinto de su hogar cambia su actitud ante los demás, y ayuda a que sean más abiertos ante nuevas experiencias y oportunidades. Un niño que viaja puede ser más observador y crítico, y aceptar mejor las diferencias: el conocer diferentes culturas le ayudará a ser más tolerante.
Destacamos que los viajes son una fuente de aprendizaje importante: recordarán la historia, los edificios y las costumbres del lugar que han visitado, e incluso expresiones en el idioma autóctono. Estos beneficios no serán muy notables si el niño ha viajado siendo muy pequeño, pero sí a partir de los 6-8 años de edad. Eso sí, los expertos recomiendan no sobrecargar de actividades estos viajes con los pequeños de la familia, y dejar siempre un espacio para el ocio y la relajación, sea cual fuere el lugar que visitemos.
Como podemos ver, ambas son maneras muy beneficiosas de disfrutar de nuestro tiempo libre en verano. Ahora, es decisión de cada familia el optar por el pueblo, por los viajes, o incluso – ¿por qué no?- por una combinación de ambas opciones.
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