El suicidio, es un fenómeno complejo y muy preocupante sobre el que existe gran controversia. ¿Es la primera causa de muerte no natural en los jóvenes hoy en día o hay otras por encima de él? ¿Su publicación produce efecto llamada o puede cumplir una función preventiva? ¿Es una pandemia silenciosa o silenciada? ¿Podemos pensar en factores desencadenantes, de detección y conductas preventivas del suicidio o nos debe pillar por sorpresa? ¿Es un acto de cobardía o de desesperación? Cientos de preguntas que quizá sus respuestas tampoco nos ayuden a ayudar, sino a discutir sobre diferentes opiniones o fuentes. Lo que parece un hecho bastante claro e innegable es que el índice de suicidios aumenta de manera alarmante y constante en los últimos tiempos, sobre todo entre los jóvenes; y que como profesionales de la salud mental debemos mirar de frente a esta realidad.
Pedir ayuda sigue siendo para algunas personas un estigma que pasa de ser algo social a algo interiorizado por las mismas, reduciendo las posibilidades de recibir ayuda por considerarlo como una amenaza para su sentido de valía. Por ello es importante que a nivel social hablemos de suicidio de manera explícita, que perdamos el miedo a preguntar y dejemos de asociar el suicidio únicamente a la enfermedad mental propiamente dicha. El riesgo de suicidio y tentativas del mismo, se han vinculado directamente con algunas enfermedades descritas en los manuales de psiquiatría y se han aceptado como parte de las mismas. Sin embargo, hoy en día sabemos que las causas del suicidio a las que debemos atender, son múltiples y no siempre directamente proporcionales a la enfermedad mental. La desesperanza, las pérdidas de diferente índole y acontecimientos vitales indeseables, pueden relacionarse con un final trágico decidido y premeditado.
Hay tres momentos en la vida que se corresponden con cambios en los ciclos vitales en los que, se producen más suicidios: la crisis de adolescencia, la de la edad adulta y la crisis de las personas mayores que conlleva pérdida de las facultades mentales. Hoy en día somos testigos de cómo entre los y las jóvenes hay un alarmante aumento de la vulnerabilidad y riesgo a conductas suicidas como no habíamos conocido anteriormente. Es fácil hablar de la conducta impulsiva de los adolescentes, del consumo de sustancias y de sus problemas de relaciones familiares, sin embargo, se trata de argumentos muy pobres para “justificar” este claro aumento del suicidio y conductas auto lesivas. Lo que sí está claro es que desde el ámbito de la salud mental podemos pensar que se debería tratar de causas de mortalidad evitables, si se les atendieran en su justa medida.
El hecho de que la mayoría de los suicidios no sean actos impulsivos, sino premeditados, calculados y hasta reiterativos, deberían darnos la pauta de que hay algo que se está haciendo muy mal en esta sociedad. Nos preocupamos de análisis y discusiones que no nos llevan a nada, haciendo listados de factores de riesgo y protección que no nos sirven y dejando pasar por delante jóvenes que intentan matarse varias veces hasta que finalmente lo consiguen. Debemos abrir los ojos y sincerarnos con lo que está pasando, la gente pierde la esperanza, no ve salida, y estamos en una época en la que las personas más vulnerables debido a la dureza de la situación que se está viviendo, están en peligro. La incertidumbre del momento y las duras vivencias emocionales que muchas personas siguen viviendo, como fallecimiento de familiares y la precariedad económica, hacen que sea previsible el aumento de las conductas suicidas.
Es en estos momentos cuando hay que trabajar desarrollando cada vez más estrategias preventivas, dirigiendo los esfuerzos, no solo a los grupos de alto riesgo, sino también trabajando en los centros educativos, promoviendo programas de apoyo entre compañeros y redes de conexión social entre los jóvenes. También hay que insistir en que los centros de salud deben hacer seguimientos de los pacientes que tienen ingresos y garantizar la seguridad y la continuidad asistencial de las personas que están en riesgo. Se habla mucho del efecto imitación cuando un suicidio se hace mediático, incluso se justifica el no hablar de ello para no “contagiar”. Y con toda seguridad, lo que habría que hacer es trabajar en la prevención de estas conductas imitativas. No se evita que se produzcan más suicidios callando, sino hablando y haciendo prevención a futuro.
Se ayuda a liberar la angustia de las personas que están teniendo ideas suicidas, preguntándoles sobre estas ideas. Cuando alguien lo menciona, no nos debe pasar desapercibido porque en general, las personas que hablan de suicidio son más proclives a intentarlo y si tenemos la valentía de hablar sobre ello, podemos salvarle la vida. Es absolutamente falso que preguntar pueda incitar o dar ideas para llevarlo a cabo, por lo tanto, se debe hablar de ello y nunca esperar a que la persona “se ponga” mejor, ni guardarle el “secreto”. Hay que actuar inmediatamente, para empezar, conectando con alguien de la familia o directamente contactar con un servicio de salud.
Para terminar, comentar que es urgente que el suicidio sea una realidad visible y que la sanidad pública aumente sus recursos desde la atención primaria, que es donde podría hacerse una prevención para evitar un número considerable de muertes innecesarias.
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