Padres y madres acuden a consulta diciendo que simplemente se dieron cuenta de que tenían un adolescente en casa cuando se vieron a sí mismos quejándose de su hijo/a como nunca lo habían hecho, y además, cuando vieron a su hijo/a quejándose también como no lo había hecho en toda su vida. Así, de repente, el niño que fue, dejó de serlo y un día se convirtió en una persona difícil de controlar, que se peinaba y vestía diferente, que escuchaba música insoportable, que malgastaba el dinero, que se avergonzaba de sus padres, omnipotente, caprichoso e irresponsable, al que le dejaron de importar sus padres y el resto de la familia para dar prioridad a sus relaciones de amistad.
Lo cierto es que los niños/as siguen un proceso y van cambiando poco a poco sin que nadie en casa se percate de sus cambios. El paso de la ternura a la rebeldía exacerbada pilla a muchos padres y madres desprevenidos, fuera de juego, haciéndoles sentir fracasados, inútiles y perdidos.
Todos hemos sido adolescentes alguna vez y podemos echar la vista atrás para ver lo importante que fue este proceso de individualización que casi siempre fue interpretado por nuestros padres como un estado de rebeldía. Y yo siempre pido a los padres y madres que hagan una revisión de su adolescencia, de qué suponía para ellos el castigo, la culpa, la sobreprotección, el control o la negligencia. Que revisen si sus padres entendieron lo que era importante para ellos, su necesidad de crecer, definirse e individualizarse para prepararse para el resto de las etapas de la vida.
Esto parece algo fácil en el papel, pero es harto complicado en la práctica ya que las prioridades de los adolescentes y de sus padres, así lo que para uno y otro es aceptable o no lo es, crea tensiones continuas que muchas veces terminan en discusiones y luchas de poder y que suelen llevar a enfrentamientos, algunos muy serios, necesitando incluso de ayuda profesional.
Me gusta hablar de “prevención”, que en este caso me lleva a pensar en sentar unas buenas bases de las relaciones entre padres e hijos; para que cuando llegue esta etapa haya lazos fuertes establecidos que sufrirán sus cambios, pero que seguirán siendo firmes tanto en esta etapa como en las posteriores. El trabajar para conseguir una relación afectuosa en la familia, y que lleguen a la adolescencia sabiendo que tienen el amor incondicional de sus padres, es el pilar más potente que se puede construir y sobre el que podrán darse todos los cambios necesarios sin que se venga abajo la relación.
Sin embargo, es cierto que estos pilares, a pesar de estar bien construidos suelen tambalearse y temblar de los 13 a los 18 años, y son los padres los que tienen la responsabilidad de mantenerlos ahí sabiendo que sólo si actúan con firmeza y respeto hacia sus hijos e hijas serán capaces de conseguirlo.
Quizá una de las cosas más importantes a tener en cuenta es que tiene que haber un proceso de aceptación por parte de los padres para poder VER cada uno a su adolescente y así, intentar descubrir su individualidad. Esto implicaría no empeñarse en cambiarle, sino “acompañarle” y capacitarle en este camino de crecimiento y de cambios del que, por suerte, nadie se libra. Hay que saber que por lo general la rebeldía forma parte de la adolescencia y que con el tiempo se va diluyendo y que si los padres se focalizan en enfrentarse directamente a ella, podrán generar rebeldía por mucho más tiempo.
Claro que es cierto que esta rebeldía va dirigida a las figuras de autoridad, como son los padres, pero no se trata de algo personal sino del propio proceso, por lo que conviene quitarse el sentimiento de culpa que tantos padres llevan consigo. Interpretarlo como algo que se provoca para atacar, sólo llevará a defenderse, lo que genera un problema de verdad (“si mi hijo me ataca, yo me defiendo y a ver quién puede más”). Tampoco debemos olvidar que los valores actuales, así como las normas, no son las mismos que cuando los padres fueron adolescentes, así que una cierta dosis de flexibilidad también ayudará a vivir esta etapa de manera más agradable.
Soy consciente de lo complicado que puede resultar algunas veces la convivencia, pero con empatía, firmeza para tomar decisiones, respeto, dignidad y en muchas ocasiones, una buena dosis de paciencia para hacerles llegar siempre el mensaje de amor, estarán haciendo un buen trabajo como padres o madres para garantizar el paso firme a la siguiente etapa de la vida.
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