Hace poco he tenido una experiencia un poco desagradable en un comedor escolar. Una niña de 10 años lloraba porque le habían castigado llevándole a la zona de los niños de 3 años. El motivo: se tenía que terminar el pollo empanado y las patatas fritas de bolsa de su plato.
Esta práctica, como pronto de la década de los 80 (pues me recuerda a mi escolarización), se sigue trasmitiendo de generación en generación. Seguramente sin mala intención, pero sí como un automatismo por parte de los adultos. En esta anécdota se vislumbra que muchas personas piensan que es necesario obligar a comer a los niños, que si no lo hacen se les debe castigar, y un modo de castigar es humillando y propiciando que la niña se sienta “ridícula” rodeada de niños pequeños. Tremendo.
Para poder acabar con este tipo de prácticas, te planteo la siguiente pregunta:
¿Por qué no comen los niños?
Pues aunque parezca lógico, la gran mayoría de los niños no comen por una simple razón: no tienen hambre. Lo que en mi casa se decía: “no comer por haber comido”. Os animo a que confiéis en el instinto de supervivencia de vuestros hijos. Es un hecho biológico que necesitamos alimento para sobrevivir, por lo que es probable que coman cuando lo necesiten.
También os propongo que observéis: ¿está picando a deshoras?, ¿es excesiva la cantidad? (se podría solucionar promoviendo que sean ellos los que se sirvan), ¿está cansado y con sueño? ¿está enfermo?, etc. De algún modo plantearos si hay algo que explique su inapetencia.
Ante esta situación, cuando respetamos que un niño no coma si no tiene hambre, le trasladamos el siguiente mensaje: “Te puedes fiar de tu cuerpo. Confía en las señales que te manda”. Y esto, es la base de la autoconsciencia y, en consecuencia, de la autorregulación. Es invitarles a creer que ellos saben más de lo que les pasa dentro, que otras personas. En definitiva: validarles.
Otra posible razón es que se haya insistido tanto en que tienen que comer, que se hayan provocado sin querer “luchas de poder” en relación con la comida. En estas situaciones las familias viven el rechazo como una provocación. Imagino que por la mayoría de personas es sabido que “dos no pelean, si uno no quiere”. En este caso, la recomendación es:
- Reconocer: “No puedo obligarte.”
- Alentar: “Confío en que comerás cuando tengas hambre.”
- Invitar a la colaboración: “Me encantaría que me ayudes a preparar la cena.”
- Ser amable y firme, al mismo tiempo: “Entiendo que te gustaría seguir jugando y esta es la hora que tenemos la familia para cenar.”
- Informar: “A las 21.30 recogeré los platos de la mesa.”
- Dar opciones limitadas: “¿Quieres cenar brócoli o ensalada? ¡Tú decides!” (En este punto es importante que los alimentos sean equiparables, por ejemplo: dos verduras. Además, no se trata de ofrecer un listado de opciones como si de un restaurante se tratase, sino de entender que podemos ser flexibles y que pueden elegir entre opciones saludables.)
Una tercera razón muy frecuente por la que se nieguen a comer es que algún alimento concreto no les guste. Pensad un momento en la cantidad de personas adultas a las que no nos gusta algo… El queso, el pulpo, las almejas, los caracoles, etc. Por lo tanto, si después de probado a un niño no le gusta algún alimento, es respetable. Podremos tratar de que lo pruebe en otras ocasiones y también ofrecerle otro que sea del mismo estilo. En contraposición, no recomiendo sustituir el gallito por pizza. Sin embargo, podríamos darle dorada en su lugar.
Finalmente, en ocasiones los niños no comen porque se distraen en la mesa con otras cosas. O bien, todo lo contrario, y oyes a familias decir que sus hijos comen de maravilla gracias a que ven videos en el móvil de mientras…
En primer lugar, que un niño se distraiga forma parte de su naturaleza, especialmente si son pequeños. En este caso, la labor de la familia será la de limitar los distractores al alcance (fuera juguetes, por ejemplo), establecer tiempos razonables (no tienes que comer en 10 minutos ni tampoco en 1 hora) y ser consecuente (si te levantas de la mesa mientras estás comiendo, entiendo que igual no tienes hambre y, sin palabras ni sermones, retiraré el plato. Si vuelves, lo pondré de nuevo, aunque recordando cuáles son las normas en la mesa).
En segundo lugar, hacer uso del móvil (o similares), aunque a corto plazo nos ayuda a salir del paso, en realidad se establecen “malos hábitos” que luego puede costar mucho desterrar.
Como reflexión final siempre he pensado que el hecho de que los niños no quieran comer es, en realidad, un problema del primer mundo. Eso en otras partes del planeta no pasa. Algo nos tendremos que plantear como sociedad cuando una cosa que es pura naturaleza y necesidad vital nos empieza a “dar problemas”.
¡Bon appetit!
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